10/27/2006


LA CIUDAD ESCLAVA

Por fin, después de dos semanas de viaje, estoy ante las puertas de La Ciudad Esclava.
Delante de mí se levantan las majestuosas puertas de la muralla, son dos enormes hojas verdes más duras que las rocas, sus dimensiones sorprenderían a cualquier hombre no habitado a verlas. Tras la puerta está la ciudad que me hace tan feliz.
La Ciudad Esclava es famosa por sus extravagantes edificios, por la forma de vida de sus ciudadanos y sobre todo por su enorme prisión. Sus edificios destacan porque no son como los edificios de cualquier ciudad, sus muros son nada más y nada menos que barrotes de adamantium, una material más potente que el acero irrompible, que se elevan todo lo alto que son los edificios. La gente vive en ellos enjauladas como si fueran presos. A parte de los humanos, en la ciudad hay unas criaturas mitad hombre, mitad pájaro, se llaman homo passerem, son los que controlan la ciudad, llevan a los hombres a sus respectivas jaulas. La gente vive muy individualmente sin darse cuenta que hay más gente a su alrededor, están perdidos. En la ciudad todo tiene un color gris metálico, bueno todo no, la prisión es distinta.
La prisión de La Ciudad Esclava es distinta a todas las que existen en el mundo, esta en vez de muros tiene unos gruesos setos, y en vez de un gran edificio con muchas celdas hay una extensa pradera verde, donde se obliga a los hombres a vivir en grupo, lo que algunos consideran un severo castigo, tener que aguantar a otra persona.
Estoy feliz de estar aquí, porque hace dos semanas me detuvieron por un robo, me juzgaron y me destinaron a la prisión de La Ciudad Esclava, donde me condenaron a pasar ciento veinte años a vivir en grupo. La sociedad ha perdido los valores de comunidad, por un simple robo de una moto una exagerada condena por robar la propiedad privada e invadir el espacio vital de una persona. Pero lo que realmente me hace gracia es que ellos se creen que yo soy el preso, cuando son ellos los que viven en jaulas, y no pueden ni hablar con su vecino. Son presos de la sociedad, son presos del consumismo, del dinero, cuando deberían ser libres y poder andar sobre el campo verde.
Yo no soy el preso, yo soy un hombre libre, porque me han quitado las cadenas que me hacían preso. El hombre no debería ser un preso, si no que debería ser un hombre libre quien pudiera amar, vivir, recordar.

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