El orbe del tiempo
Capítulo II: Visita inesperada
Mili abrió los ojos lentamente, le dolía todo el cuerpo. Recordaba como el recuerdo se le hacía muy intenso y caía al suelo árido… ¡el suelo! El suelo sobre el que se encontraba era una espesa mata de césped verde y fresco, ¿cómo ha llegado hasta ahí?, que el recuerde la región por donde el vive se caracteriza por la escasa hierba o vegetación en el suelo, sobre todo por abril. Miró a su alrededor y vio grandes árboles que no había visto anteriormente en su vida, se levantó. No sabía si estaba fatigado por el recuerdo o por el desmayo. Instintivamente dio unos pasos en busca de Pedro y Daniel, los llamó. Nadie respondió, por ello grito fuertemente.
- ¡Pedro! ¡Dani!, ¿estáis ahí?.- Se hizo el silencio.
Algo asustado comenzó a buscar a sus amigos, se metió entre unos matorrales, muy parecidos a unos zarzales pero sin espinas, y asombrado encontró una gran pared que ascendía verticalmente hacia el cielo. Mili se dio cuenta que tenía la boca abierta y de haber alguien cerca, le habría visto la cara de embobado que se le había quedado mirando la pared. Miró a su alrededor, y se encontró en lo que parecía un claro, pero más que un claro era un páramo. Alrededor solo había paredes idénticas a la anterior, flanqueadas por montañas cuya cumbre no se alcanzaba a ver. Se fijó que aquel lugar tenía una única salida, la entrada a lo que parecía una cueva. No…, no podía ser, él había visto ese sitio anteriormente en uno de sus desmayos. Ante él se encontraba la entrada a la cueva, con la cara de una bestia que parecía que le iba a engullir. Mili se dio la vuelta haber si era posible encontrar otra salida, porque aquel lugar no le agradaba.
Mientras andaba sin rumbo por el páramo sin salida, exceptuando la cueva, el orbe empezó a destellar, Mili lo cogió algo asustado. De una manera algo extraña el orbe se aclaró un poco, dejando a la vista una pequeña manecilla parecida a la de un reloj de pulsera. La manecilla comenzó a girar a gran velocidad hasta que se paro en un sitio fijo. Señalaba la entrada a la cueva, ¿era aquello una indicación o guía de lo que tenía que hace?. Mili avanzó hacia la entrada de la misteriosa cueva.
La cueva era oscura, sus paredes negras parecían paredes de zafiro, que reflejaban una luz tenue. Mili ando lentamente por la estrecha cueva. Se fijó que en la pared se apreciaba una escritura en una lengua extraña. Siguió por el laberíntico trazado de la cueva. Asombrado, poco a poco la luz se hizo más intensa. Comenzó a percibir una figura al otro lado. Se acercó sigilosamente y se mantuvo oculto en la sombra de la cueva. El individuo estaba vigilando la entrada, se apreciaba en él una fuerte disciplina militar, iba vestido con una armadura un tanto peculiar, Mili no había visto ese tipo de armadura nunca, el soldado portaba una gran lanza. Algo en su interior le impulso a ir hacia el soldado.
-Perdona, podrías ayudarme, ¿dónde estoy?
El soldado le miró aterrado.
-¡ah!… ¡está aquí! – salió corriendo hacia unos árboles.
Mili le siguió. Cuando se adentro en el bosque fue sorprendido por un pelotón de lanceros que apuntaban con sus lanzas hacia él. Entre los árboles había arqueros apuntándole. Mili se sintió incomodo y al mismo tiempo indefenso. Los lanceros se dividieron dejando un pasillo en medio de ellos, por el pasillo apareció otro hombre, vestido con una túnica granate una corona bronceada con forma de hojas de laurel en la cabeza; su pelo era negro grisáceo, más largo de lo que estaba acostumbrado a observar Mili.
-Forastero te encuentras en una situación tensa. Has entrado en los terrenos del Rey de los elfos del sur… - No podía creerlo aquellos tipos eran elfos, debía estar volviéndose loco o debía de estar soñando.-… por invasión de los terrenos de su Majestad, debes ser eliminado… y al encontrarte en una situación desventajosa al no poseer ningún arma será rápido. ¡Arqueros!
Los arqueros tensaron las cuerdas y apuntaron fijamente a Mili. Uno de los lanceros, a quien Mili reconoció como el soldado que estaba en la cueva, susurró algo al oído del elfo de la corona. A medida que el soldado seguía hablando, los ojos del elfo se iban abriendo por el asombro. Le miró fijamente.
-¡Alto! –Volvió a mirarlo.- soldados escoltarlo hasta el palacio, parece que nuestros años de espera han llegado a su fin.
No muy lejos de allí, en la caverna situada al lado del lago Wël, una pared comenzó a resquebrajarse. La cueva temblaba, parecía que había un terremoto en el interior. La pared empezó a caerse a trozos y del interior salió una gran llamarada que termino de abrir un hueco. Por fin, después de mil novecientos años estaba libre. Se estiró como nunca lo había hecho y empezó a tener hambre. Observo su alrededor y localizo unos pequeños mamíferos muy semejantes a los conejos con rasgos de gato. Después de comer se dio una vuelta por la oscura caverna, donde observó que estaba encerrado, blasfemó en lo que pareció un gran grito.
Los soldados elfos parecían muy disciplinados, por más que intentaba que le dijesen a donde iban nadie hablaba, si aflojaba el ritmo de la marcha era empujado por el lancero que llevaba detrás. Estuvieron andando varias horas, hasta que en el momento menos esperado los elfos se pararon.
-Tapadle la cabeza, no puede ver el camino de entrada.
Dicho esto un elfo le tapo la cabeza con lo que le parecía a Mili la parte de debajo de un túnica. Lo hicieron andar un cuarto de hora más, pero esta vez esquivando piedras, agachándose y cruzando lo que parecía un río. Al poco de parar alguien dijo:
-Quitadle el trapo ya no es necesario.
Cuando le quitaron el trozo de tela que le impedía ver, lo primero que vio delante de él fue una preciosa muchacha, de un rostro muy fino.
-Bienvenido a La Ciudad de la Esperanza.